70 Años de entrega y Fidelidad: Testimonio de Ana Ramírez RSCJ

Nuestra hermana Ana Ramírez celebra 70 años de vida religiosa compartiéndonos un testimonio lleno de gratitud, fe y sentido. Un camino de amor, servicio y raíces profundas.

Por Ana Ramírez RSCJ

Una vida consagrada al amor y al servicio

Cumplir 70 años de haber hecho los votos es algo impresionante. Es la mayor parte de mis 92 años, y desde mi corazón brota un enorme agradecimiento.


Mis raíces de fe

  • A mis papás, que sembraron en mí la semilla de una fe sencilla, más en obras que en palabras, más evangélica que piadosa.
  • A mis hermanas y mi hermano, que han sido compañía y apoyo, sobre todo en esta etapa de nuestra vida.
  • A las madres Cortina y Ardila, que, en el Colegio, me ayudaron a conocer el Evangelio, a Jesús, sus modos, sus intereses, su actitud profunda.
  • A muchísimas personas: a mis hermanas rscj, sacerdotes —sobre todo jesuitas—, personal de los colegios y de la Granja Hogar, personas de Copala y de Miramar.
  • Todas y todos me han orientado, sostenido y ayudado a profundizar en mi fe, en la primacía del mandamiento del amor, en el servicio al otro al estilo de Jesús, y en la educación como la mayor urgencia en nuestro entorno local, nacional y mundial.
  • A mis amigas del Colegio, especialmente Isabel, y a mis hermanas rscj significativas —Cristina White, Montse Espadaler, Concha Camacho—, que ya están con nuestro Padre Dios.
  • A mis alumnas que me han enseñado tanto y me impulsaron a crecer, a aprender, a buscar caminos. En Chihuahua sobre todo, donde estuve 12 años en el Colegio y 8 en la Granja Hogar, recibí el regalo de ensanchar mis horizontes y mis puntos de vista.
  • Y claro, abarcándolo todo, a quien desde el silencio y la oscuridad ha ido dirigiendo mi vida: nuestro Padre Dios, tan presente y tan oculto.

Un camino con sentido.

Se me figura que estoy en la parte más alta de un cerro y desde arriba veo el camino recorrido y descubro la razón de ser, el sentido profundo, de situaciones diversas, a veces gozosas, otras difíciles, pero que, en su conjunto, tienen una armonía inesperada y plena.

Viendo hacia atrás he llegado a reconocer que, al aceptar la llamada de Jesús a seguirlo, a ir aprendiendo sus modos de ser y de relacionarse, al buscar calidad en mi servicio de educación, como Religiosa del Sagrado Corazón que soy, siento que le atiné, que eso era lo mío, lo que estaba llamada a ser, lo que podía llenar mi vida de sentido.

¿Cómo no voy a estar rebosante de agradecimiento?


El árbol y sus raíces: una misión escondida que sostiene y da vida.

Ahora, en esta etapa tan diferente de la vida, ya retirada, sin un trabajo de tiempo completo como durante tantos años, me pregunto: ¿Cómo me siento?

Pensé en un árbol con sus ramas, tronco y raíces. Y creo que, en esta comunidad de hermanas mayores, nuestra misión es como la de las raíces de un árbol: no se ven, pero sostienen y nutren con lo que reciben de la tierra.

Pienso en ese árbol, en sus brotes tiernos, en sus ramas con flores, frutos y pájaros, sostenido por un tronco fuerte. Eso es lo que se ve, pero el árbol recibe vida y se sostiene en pie gracias a lo que no se ve, a la raíz en contacto con la tierra, que le da todo lo que necesita. Es un tiempo de ocultamiento, de vitalidad escondida. La vida del árbol depende de lo que no se ve.

Ana Ramírez rscj

“Permanezcan en mí, como yo en ustedes… el que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto.”
(Jn 15, 4-5)

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