¿Cómo llegaron las primeras RSCJ a México?

Después de varias negativas, nuestra Madre General pidió a la Reverenda Madre Moran que fuera a México para ver si la fundación

Después de varias negativas, nuestra Madre General pidió a la Reverenda Madre Moran que fuera a México para ver si la fundación era posible. La reverenda Madre Moran partió con la R.M. Tommasini y su secretaria. Se decidió que irían disfrazadas. Y el 16 de abril fueron en el Withoney, que salió a la vela y el capitán prometió que atravesarían el Golfo en 90 horas llegando a Veracruz el viernes por la mañana.

Estábamos irreconocibles y nadie hubiera sospechado nuestra condición de religiosas sin la indiscreción de una exalumna de Nueva Orleáns que empezó a divulgar la noticia con un senador mexicano que venía a bordo y nos denunció, no sólo en el barco sino en la ciudad, de manera que el presidente González fue probablemente el primero en recibir la noticia de nuestra llegada clandestina.

El 20 de abril llegamos a Veracruz; una chalupa vino a encontrarnos y dos damas vestidas de negro se nos acercaron misteriosamente diciendo: venimos de parte del Arzobispo de México a darles la bienvenida y añadieron: por caridad, sean prudentes.  Nos llevaron a la casa de una señora amiga donde pasamos la noche. Nos llenó de atenciones e insistía en que nos quitáramos el sombrero, y al ver nuestra resistencia, creía que se trataba de etiqueta o precaución contra la fiebre amarilla. No sospechaba que era porque no teníamos cabello, ni peluca.

Al día siguiente a las 5 de la mañana emprendimos el viaje a México y llegamos esa misma tarde. Era sábado y en la estación nos esperaban varias alumnas de la señorita Amanda Andrade, una de nuestras compañeras de viaje, y después de llevarnos a su casa, fue inmediatamente al arzobispado para anunciar nuestra llegada. Monseñor nos envió su bendición con la invitación de ir al día siguiente a su misa en el palacio arzobispal. Fuimos puntuales y con gran devoción oímos esta primera misa en México, celebrada por este venerable prelado que es considerado como un mártir de la fe.

Después de la acción de gracias vino personalmente a saludarnos. Estaba emocionado y nos habló de sus amigos de Manhattanville y de las exquisitas atenciones recibidas de la Reverenda Madre Hardey. Nos hizo visitar el palacio, su oratorio privado, las pinturas y los regalos de Pío IX, después nos invitó a desayunar con él y designó un día para tratar los asuntos de la fundación. Henos aquí en la ciudad real que fue residencia de Moctezuma, y hoy es la ciudad de María por excelencia.

 

Los tres meses pasados en Plateros en la casa de la señorita Andrade, fueron exclusivamente ocupados en buscar una casa. La ciudad estaba llena de extranjeros y no había lugar para las esposas del Corazón de Jesús. Monseñor estaba desolado por este retraso. Con pena, nuestra Reverenda Madre veía pasar días y semanas sin resultado y pedíamos a Nuestro Señor que nos designara Él mismo el lugar donde quería ser servido y glorificado. Se acercaba la fiesta del Sagrado Corazón y queríamos hacer la novena con toda la solemnidad que permitía nuestra situación. Varias exalumnas de París, Roma y Manhattanville se unían a nosotras. Una de ellas nos mandó un hermoso cuadro del Sagrado Corazón y los candelabros con que pusimos un pequeño altar en la sala de la señorita Andrade.

Todos los días nos reuníamos a rezar con las exalumnas y amistades, donde se nos obligaba a presentarnos con vestidos seglares. Se rezaba el rosario y los 3 últimos días un sacerdote francés nos daba 3 horas de meditación por día y adornábamos la capilla de 3 metros cuadrados. A pesar de nuestra pobreza estábamos felices; aunque todo mundo trataba de escondernos, teníamos confianza. En fin, Porfirio Díaz, primer ministro, aunque recomendándonos gran prudencia prometió hablar con el Presidente de manera no oficial y nos dijo que contáramos entre nuestras alumnas a su niñita de 8 años.  Nos sentíamos contentas de volver a nuestro cuarto pequeño y pobre.

Varias veces se había tratado de alquilar la casa que habían dejado las Hermanas de la Caridad ocho años antes. Estaba casi en ruinas y además en manos del presidente González, que quería adquirirla. En ese momento la prensa se ocupaba de “monjas extranjeras que habían venido a fundar un monasterio”. Por otro lado personas bien intencionadas venían a preguntarnos qué garantías teníamos para establecernos contra la ley. Pero fuertes en la protección del Corazón de Jesús seguíamos adelante y se decidió que en julio nos estableceríamos en la casa mencionada. Después de la expulsión de las hermanas, Monseñor quedó propietario y estaba a punto de firmar la venta al Presidente.

Unas semanas más tarde seríamos inquilinas del Presidente. Se nos entregaron las llaves el 10 de julio. Teníamos tres camas de fierro, una docena de sillas y dos mesas. No había platos, ni cacerolas ni un pedazo de pan.

Así fue la primera fundación de la Sociedad del Sagrado Corazón en México.