Nacida prematuramente, Sofía era menuda, baja para su edad y se veía obligada a subirse a un taburete para que la viese el párroco, cuando le enseñaba el catecismo. Pero si la contextura era frágil, la niña era impetuosa. Tímida, sus primeras reacciones eran impulsivas. Sofía Barat tuvo siempre réplicas prontas y palabras mordaces. Le gustaban las diversiones, los paseos por las colinas. Se encariñaba con facilidad con los que la rodeaban y lo demostraba con gestos de afecto espontáneo
Gracias sobre todo a su madre, Sofía tuvo la suerte de recibir una educación, nada común con la que podían recibir la mayor parte de los adolescentes de su medio social. A los diez años, su hermano Luis, once años mayor que ella, se encargó de organizar, de modo eficaz, aunque un tanto áspero, sus estudios. Muy dotada, Sofía logró así una cultura muy extensa, continuando en casa, el programa que Luis enseñaba en el colegio de Joigny, donde era profesor: historia antigua y moderna, sagrada escritura, latín, matemáticas, griego, física, rudimentos de hebreo, nociones amplias de italiano y de español, que le permitieron leer “El Quijote” en el texto original. Este programa era pesado, pero a Sofía le encantó. Al mismo tiempo que le dio el gusto por la lectura, la preparó para la tarea de educadora, que iba a ser la suya
Sofía había manifestado también su precocidad, al decidir, a los cinco años, consagrase a Dios. En 1789, hizo su primera comunión. Su vida es piadosa y fervorosa, marcada por una misa matinal diaria en su parroquia de San Thibaut. A los catorce años, decide hacer voto de virginidad. Un poco antes, sin duda, la familia Barat había comenzado a abandonar el jansenismo, gracias a la mediación de Luis Barat, que había comprado en París, durante una de sus estancias en la capital, unas imágenes del Corazón de Jesús y del Corazón de María. Era, delante de estas imágenes, que le descubrían otro aspecto del misterio de Dios, donde la familia se reunía para la oración diaria.
La Revolución perturbó la vida de la familia Barat. Cuando la Santa Sede condena su legislación y amenaza después con excomunión a los clérigos que la hubiesen aprobado, Luis Barat que había prestado juramento a la nación y al Rey, se retracta. Obligado a la clandestinidad, se oculta, durante algún tiempo, en un pequeño alojamiento, del desván, en la calle Davier. Los bienes de los Barat son puestos bajo secuestro. Y Luis, por temor a poner en peligro la vida de los suyos, termina por huir a París, donde es arrestado en Mayo de 1793 y se libra por milagro de la guillotina. Sofía manifiesta, entonces, su fuerza de carácter ayudando a su madre a recuperar el ánimo, pero ella guardará de aquellos días una obsesión de la Revolución, que identificaba con un “tiempo de odio contra Jesucristo”. Todavía, en 1840, la Marsellesa la hacía temblar y, en 1848, aún asociaba las manifestaciones populares al período revolucionario del “Terror”.
Liberado en Enero de 1795, Luis Barat se ordena sacerdote en Septiembre del mismo año. Y se pregunta si su hermana no debería abandonar Joigny para proseguir en París, bajo se dirección, sus estudios y formación religiosa. Sofía duda, dividida entre el amor por su madre, a la que sabía frágil, y su deseo de vida religiosa, que no tenía los medios de realizar. Fue su padre el que decidió en favor de la marcha. Y Sofía deja Joigny, por barco, en Septiembre de 1795.
Su hermano la instaló en París, en el número 2 de la calle de Touraine, (actualmente, el número 4 de la calle de Saintonge). Allí celebra él, clandestinamente, la misa. Sofía se encarga de la enseñanza de los niños del barrio, asegurando así la enseñanza del catecismo, y prosigue su formación religiosa y profana, rodeada de algunas jóvenes, con las que comienza un ensayo de vida común. Sofía sueña con el Carmelo, pero en la oración tiene la intuición de una vida espiritual y religiosa, que daría una forma nueva al culto del Sagrado Corazón, asociando culto del Santísimo Sacramento y educación de las jóvenes; interioridad y actividad apostólica.
En otoño de 1800, tiene un encuentro decisivo con el P. José Varin, que, de vuelta de la emigración, trataba de difundir en Francia un instituto femenino de vida religiosa, fundado recientemente, llamado las “Dilette di Gesú”, que tenían el deseo de consagrarse a la educación de las jóvenes, como medio para extender el amor del Corazón de Jesús. El 21 de noviembre de 1800, Sofía Barat hace su primera consagración religiosa, en la capilla de la calle Touraine frente al Cuadro de la Virgen de la Sociedad.
Un año más tarde, el 13 de noviembre de 1801, una primera comunidad, formada con otras dos jóvenes originarias de la Picardía, Henriette Grosier y Geneviéve Deshayes, se instala en Amiens: una vida religiosa apostólica original iba a poder tomar forma.