Regalos no previstos

Georgina Zubiría, rscj

Una experiencia es significativa cuando deja huella imborrable, cuando reconfigura la propia historia y cuando transforma las coordenadas que orientan las opciones cotidianas. 

Hace 38 años que formo parte de la Sociedad del Sagrado Corazón; soy la misma de entonces y soy una mujer distinta. Sujetos individuales y comunitarios, diferentes realidades cotidianas, y la presencia creadora de Dios, han dejado en mi su sello indeleble. A su luz he considerado nuevas preguntas; en sus colores he buscado caminos; en sus risas y en sus clamores he escuchado más de lo que alcanzo a oír; en sus palabras y en sus silencios he percibido el intenso latido de “un solo corazón y una sola alma en el Corazón de Jesús”.

Mis familias, mis madres, mis hermanas y hermanos se multiplicaron en el marginal y despreciado barrio de Santa Cecilia; ahí aprendí a sufrir, a gozar, y a amar a mujeres y hombres empobrecidos por la injusticia. Con ellas y ellos descubrí que el amor que Dios se revela en la cruz de Jesús, en las preferencias de su corazón herido. Ahora me confieso solidariamente comprometida en la búsqueda de relaciones justas y en el tejido de realidades dignas para todas, para todos, para todo.

Mis amigas y cómplices, mis hermanas y compañeras se han multiplicado exponencialmente en los encuentros de mujeres que compartimos la vida y la experiencia, que nos escuchamos, aprendemos y buscamos relaciones igualitarias, justas e incluyentes. Mujeres empobrecidas han sido sabias maestras. Con ellas descubro los males cotidianos y con ellas aprendo que la salvación comienza en esta historia nuestra de cada día con gestos concretos, con esfuerzos constantes, con la cierta esperanza anclada en acciones significativas.

El pan compartido en torno a una mesa; la escucha de la Palabra; la enfermedad, la disminución y la muerte; los gozos y las lágrimas; la oración y el compromiso; las crisis y el sosiego; el estudio y las relaciones; los cariños que hacen crecer y las incomprensiones que maduran la libertad son realidades cotidianas en las que percibo cómo la Sabiduría Divina me toma entre sus manos para modelarme, con ternura y con paciencia, como mujer nueva capaz de Plenitud.

Todo esto y mucho más he recibido, agradecida, como regalo de mi vocación. Por eso, con María de Nazaret confieso que Dios hace en nosotras maravillas.